Distinto siempre es igual.
Distinto no va muy lejos.
Distinto no tiene tiempo.
Pero Una se sienta lo mismo, fuma lo que le caiga,
y espera. Agita un piecito en el aire, se habla bien despacio y en voz alta aunque esté sola. Distinto no llama, no cree en nada y por la mañana, apenas nomás levantarse, tiene mal aliento. Mentira: Una quisiera decirse que lo que mata es el mal aliento, pero Distinto: huele bien. Una lo ama, sin lugar a dudas, porque huele mejor que Una. A Distinto se le escapa un perfume por cualquiera de sus rincones –sin querer se le escapa- y Una ya está regalando la nariz a cambio de pasarle la lengua a Distinto.
Distinto es así y asá cuando habla de sí mismo, pero así y asá no quiere decir nada, así que ojo con Distinto, que además se hace el distraído. A Distinto no le importa definirse porque es una fragancia enloquecedora que se desparrama, y Una no puede evitar recogerlo. Una no tiene ganas o quisiera no tener ganas y da lo mismo, igual, lo recoge. De nada le sirve a Una preguntarse todo el día lo mismo, porque intuye, se lo huele, no tiene remedio. Una a Distinto lo siente llegar desde antes de que aparezca y continúa a su lado mucho después de la despedida: y es por el aroma. Una adivina, explica, intenta, baraja, especula. Una es un sabueso, ¿cómo puede Una arrancarse el olfato y quedar inmune? Hay cosas que aunque se puedan, no pueden ser deseadas, y Una no puede más. Es que Una no ama a Distinto. No. Una en el fondo sabe (o sabe que debería saber) que ama la distancia que la separa de Distinto. Cuando Distinto aparece, lo traiciona todo. Por eso aparece poco y Una lo espera siempre, porque Distinto es una promesa.
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