"Escribo para librarme de mí y poder entonces descansar"

"Escribo para librarme de mí y poder entonces descansar"
"Escribo para librarme de mí y poder entonces descansar" - Clarice Lispector

TENER UN NOMBRE YA ES BASTANTE

TENER UN NOMBRE YA ES BASTANTE

Mariana

Marianita Mari Marieta Marioneta

Maru

Mau.

Maus Mauci Mauchi

Mauri Mauricia

Mauritania

Miau Magu Muy

Mauge Maui Mauriana

Maura Maula

Mauli Maulita

Mau Tse Tung

Mau-Mau Mausolin

Mausoleo

Mao.

Tener un nombre ya es bastante:

yo tengo mauchos.

jueves, 23 de julio de 2015

Crónicas de una Guardia de salud mental I

De nuestra corresponsal exclusiva: Damiana Jara

JURAMENTO HIPOCRÍTICO

No siempre, pero algunas veces TN manda en la pantalla de la sala de médicos. Entonces se monta el show de la indignación. Los Unos putean a coro porque aumentan las cuotas de los colegios privados de sus hijos, subvencionados por el Estado. Después se organizan mejor y se turnan para comentar que Melina Romero era una pobre villera, demasiado trola y con esos padres que ahora lloran pero que tendrían que haberla cagado a trompadas antes. Al motochorro televisado robándole la mochila a un bicisendero extranjero (pero ario), directamente hay que matarlo. A todos, bah, hay que matarlos a todos, repiten con fervor los Unos, creyéndose originales. Los Otros -en penosa minoría-, amparados en que nunca queda claro a quién le hablan los Unos, callan. Apenas se miran de reojo entre sí, por lo bajo, antes de seguir en lo suyo: vaciar el mate, escribir el libro de guardia, consultar un vademecum, tomar nota mental para después subir una crónica a facebook. El guión de la indignación de los Otros es claro: prescribe que la clave es reprobar los comentarios mordiéndose imaginariamente el labio inferior y sacudiendo imaginariamente la cabeza de lado a lado. Pero nunca jamás se debe mirar de frente a los Unos mientras hacen caca en público. Un poco de pudor. Hay que hacer como que no escuchamos. Y hacemos. Hacemos todos lo que hay que hacer.
Pero esto es una guardia y cada vez que se monta una escena, al revés que en la pantalla, no tarda mucho en desgarrarse el telón de fondo. Siempre el mismo tajo, siempre en el mismo lugar del decorado: la puerta que abre de golpe la mina de admisión avisando que afuera hay un motochorro baleado, esposado en la camilla. Parece que tiene comprometido el hígado. Qué loco, pienso, yo también tengo comprometido el hígado, acaban de pateármelo los Unos. Pero un balazo en el hígado perfora cualquier metáfora; afuera hay un tipo que se desangra. Entonces los Unos interrumpen sus diatribas y los Otros su indignación secreta, y corren todos juntos, como médicos en una guardia, para salvarle la vida al motochorro que se sale de la pantalla. Yo sé que la adolescente violada y golpeada también va a llegar, hoy o mañana, pero va a llegar. Siempre están llegando cuando no descartan sus cuerpos en un baldío del noticiero de la tarde. Y cuando llegue, los Unos y los Otros también correrán a curarle las heridas, a salvarla de lo que puedan. Ninguno se atreverá a preguntarle qué tenía puesto cuando pasó lo que pasó, o si estaba demasiado maquillada.


Quedan algunos dando vueltas en la sala de médicos, pero estoy sola. Trago un mate frío y homicida para darle pelea a la náusea. Me hablo bajito: soy psicoanalista, estoy advertida de la disociación del ser hablante, sé de la división insondable del sujeto que nos condena a la contradicción, sin mencionar al aparato mediático engordando la psicosis social como a un chancho navideño, y bla bla bla. Lo sé. Pero aún así, la náusea insiste: ¿cómo es posible? ¿cómo se puede…? ¿qué tiene esta gente en la cabeza? ¿qué mierda tiene esta gente en la cabeza? A veces no tengo tiempo de ser simbólica. Y en una guardia, menos. Cuando vuelven los Unos palmeándose la espalda satisfechos, lo único que quiero es partirles el cráneo con un hacha. No, no es violencia, lo juro. Lo juro hipocríticamente, tal como juramos todos acá. Es que de verdad necesito saber qué tienen adentro.

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